La cumbre de la montaña: “Un espacio incomparable para hablar con Dios”…
A la edad de 12 años, se me presentó la valiosa oportunidad de pertenecer al Grupo Alpino La Salle (GALS), dirigido por el Prof. Sergio Francisco Araiza Sáinz.
Pese a la corta vida del grupo, realizamos varios campamentos. Recorrí paso a paso caminos de tierra, empedrados, brechas irregulares, ríos y cerros, con la única finalidad de conocer y vivir en carne propia, algunas de las muchas bellezas naturales que tiene mi inigualable estado de Jalisco.
Debido a mi edad, en aquel entonces, la montaña más alta que pude escalar a pie, sin ayuda de nadie y de ningún vehículo, fue el Iztaccíhuatl. Es preciso aclarar que solamente llegué hasta su primer refugio, debido a que mi condición física y equipamiento no eran los requeridos para tal esfuerzo de llegar a la cumbre.
Recuerdo con gran emoción que en aquel viaje, la nieve comenzaba precisamente en el primer albergue, lo cual fue y ha sido hasta hoy, uno de los mejores espectáculos que mis ojos hayan podido ver. El frío era verdaderamente fuerte, lo sentía hasta los huesos.
Lamentablemente para quienes nos gustaba el campismo y alpinismo, este grupo no logró consolidarse internamente, desintegrándose en poco tiempo.
Además de las vistas que la naturaleza nos obsequió en cada campamento, mi mayor recuerdo de aquella gran época, es sin duda alguna, la oración que rezábamos cada noche, la cual escribo con profundo cariño y respeto a Dios.
“Padre nuestro que estás en la Cumbre, bendito seas.
Cúmplase tu orden en el Monte y en el Valle, en la Roca y en la Nieve
Danos fuerzas para perseverar y perdona nuestros fracasos
Guíanos por la ruta del bien y condúcenos a la Cima de tu Gloria”.
Amén.